Entre pinos vislumbramos esta 'laurisilva'. |
Miércoles,
19 de agosto de 2015, son las siete de la mañana, llevo toda la noche sin pegar
ojo, después de tres décadas volvería a pisar el monte de mi pueblo, la tierra
de mis ancestros, en Quintanilla de Abajo (o de Onésimo, según otros). He
quedado para ello con quien ahora es mi concuñado, que lleva tiempo
pateándoselo y adquiriendo información de la gran variedad de seres vivos que
cohabitan con nosotros por estos lares.
Con
mi concuñado —que me sirvió también de guía— emprendemos la marcha, de más de veinte
kilómetros, la cual acabamos a eso de las dos de la tarde. Nos dirigimos en
dirección a lo que llamamos 'la Yesera Nueva', para luego ascender y
adentrarnos en el interior del monte, un espigón del páramo calcáreo de La
Churrería o del Sudeste en nuestra provincia vallisoletana.
Este
paraje después de haber sido explotado durante siglos por la actividad humana (primero,
como monte comunal compartido; después, tras la decimonónica desamortización de
Madoz, de manera privada, y para volver, en parte, a ser estatalizado, o sea,
público) está recuperándose. La encina está volviendo a ganar lo que es suyo.
Además del regreso de varios animales, como entre las rapaces, recientemente,
se han visto al buitre negro, de paso, y al águila imperial que ya anida, igual
que la culebrera. También algunos invertebrados autóctonos, como endemismos
vegetales y varios hongos. Este paraje forma parte de la Red Natura 2000 (con
el nombre del LIC 'El Carrascal'), y puede verse afectada por la formación de
otra gran cantera.
Pero,
primero desde abajo, pasamos por lo que se conoce por aquí como el 'Pinar de
Abajo'. Un pinar del que se tiene referencias desde hace siglos, crece en una
zona arenosa, consecuencia de las dunas eólicas del Cuaternario que afectaron
por el fondo del valle de nuestro río Duero. Por un momento, nos adentramos en
un pequeño espacio con mucha humedad, que da la sensación de parecerse a una
laurisilva. Retomamos el camino para la yesera al rato. Muchos pinos nos acompañan,
los albares, que es como se llama por aquí al pino piñonero.
Vislumbramos
el blanco de la yesera, y, de repente bajo una piedra, vemos a un pequeño «dragón
de Komodo»... ¡No! Un jovencito lagarto ocelado que ya pretende imponerse.
Ascendemos, nos acercamos y vemos las laderas que nos rodean llenas, en este
caso, de pinos carrascos de repoblación, y algún que otro albar y negral (el
pino resinero) más. En la entrada de la ya inexplotada yesera, vemos la agalla
formada por una avispa en un rosal silvestre o escaramujo. Y, en frente, nos
encontramos con la pared de la Yesera Nueva (ya que hay otra cercana que fue
utilizada antes). Al primer vistazo de la yesera impresiona, en esta zona se
sabe de la presencia del halcón peregrino, el búho real y la chova piquirroja. También tiene su peculiar flora de terrenos yesíferos.
Subimos por las cuestas del páramo. |
Las paredes de las yeseras son hogar de aves rupícolas. |
Subimos
por la yesera hasta la cima, al borde del páramo. Tenemos una vista de la zona,
hacia el oeste. Y hacia el este, por la ladera de al fondo discurre la 'carretera
del Henar'. Tenemos una hermosa vista de Quintanilla y Olivares desde el páramo
(dos pueblos unidos por aquello que les separa: nuestro río Duero). Una encina
solitaria y el monte.
Encina solitaria que espera a las nuevas generaciones. |
Quintanilla y Olivares dos pueblos unidos por aquello que les separa: el río Duero. |
Bordeamos
el páramo, y nos aproximamos a una antigua vía pecuaria, la Colada del Roble
(hace referencia al antaño abundante roble carrasqueño o quejigo), camino por
el que en el pasado subían los rebaños para pasar el periodo hibernal y hacer más
llevaderas las heladas castellanas bajo el manto protector de los árboles. Bosque y
ganadería no estaban entonces reñidos. Y tenemos otra vista de Quintanilla y
Olivares como si estuviesen fusionados. Un viejo señor enebro que se mantiene
como puede, parece que nos saluda. Y cerca vemos una señora sabina. Y las
reinas del monte: las encinas, mejor dicho, carrascas, ya que no son todavía
muy altas. Fotografiamos algunos insectos, y sobre nuestras cabezas sobrevuela un
aguililla calzada, aviso a mi compañero y me dice que está con una mariposa, y
me suelta una frase que se me ha quedado grabada a fuego en la memoria: ¡TODO
SER VIVO IMPORTA!
Después
de pasar junto a las canteras, nos metemos monte adentro. Encinas y más
encinas. Podemos ver al detalle la roca calcárea que cubre el páramo como una
corteza. Unos pinos piñoneros en el páramo, plantados hace un siglo, como
mucho, aunque la presencia de bancos de arena de origen eólico, más al sur, no
escatima la posibilidad de que ya estuviesen antes. Cruzamos la carretera que
nos lleva a Cogeces. Nos adentramos más en el monte, entre pinos y encinas. Llevaba
desde la infancia sin estar por aquí, cuando venía con mis padres y hermano
—¡que en paz descansen!— los sábados por la tarde. Seguimos andando, el terreno
se las traía, pero es mejor que andar sobre asfalto, mis pies no se cansan
tanto. Y seguimos viendo más encinas que reconquistan lo suyo.
Un
enebro, más monte, mi acompañante por delante de mí, y más monte. Este bosque mixto
se va haciendo más espeso (y sano). Entre carrascas y encinas muestro mis
respetos a la Madre Tierra, ¿mejor lugar sagrado que éste? Ninguno. Líquenes
cubriendo troncos y ramas de encinas, se ve que por aquí el ser humano
pasa poco. Paramos para almorzar.
Proseguimos.
Encinas y más encinas, es uno de los montes más salvajes de toda la provincia de
Valladolid. Las encinas conquistan el páramo, y roca caliza se suele ver por
todas partes. Llegamos al camino que nos separa del terreno cultivado que
pertenece a un particular con cierta influencia económica local. Continuamos ahora en dirección norte. Un
sotobosque lleno de pequeñas encinas que crecen juntas, y no solas (muy al
contrario del dogma neodarwinista que nos dice que compiten por el agua y la
luz, ¡la lucha por la existencia!). Encinas, pinos y algunas sabinas nos abrazan
por el camino. Más arboleda, más monte, sobre nuestras cabezas volaban milanos
reales. Una encina resistiendo entre pinos y entre más encinas y pinos llegamos a la
Casa de los Tatis, que pertenece a la Junta, donde se ha hecho alguna excursión educativa para
menores. Mi acompañante me lleva a ver una charca artificial para que
beban los animales del bosque. Con calma y tiempo, sabiendo esperar podemos
verles y fotografiarlos.
Rocas
entre el bosque y la casa deshabitada de los guardeses. Regresamos. ¡Cómo no!,
monte a través. Aquí vemos el sotobosque bajo los pinos. Un bosque tiene varios
niveles: el superior o arbóreo, el mediano o arbustivo y el inferior o herbáceo,
sin olvidar el mismo suelo, que también está vivo. Y he aquí que vemos una escabechina,
lo que se dice «limpiar el monte», una imagen tristísima. Una corza nos vigilaba
entre la espesura. ¿Cómo nos observaba la señora corzo? Porque tendría su pequeño
cerca.
Ya
vamos a coger el camino de Basilón (otra antigua vía pecuaria o cañada). En
estos momentos, y muy alto, nos sobrevolaba un buitre leonado. Una sabina con
cuatro troncos en la zona de la Casa Corral. Otra sabina, 'sabinota'. Bajamos
el camino de Basilón, que estaba repleto de escribanos. Tenemos otra vista de la zona
del camino Basilón y un vistazo final a nuestro saliente del páramo, el
llamado Pico Cuadro, avistado desde la charca que queda del antiguo arroyo
Basilón, que da el nombre al camino. Por la tarde nos fuimos a pasear a la
ribera del río Duero… ¡esto ya es otra historia!
Con
este texto quiero presentaros mi nueva andadura en la Red de Redes, en formato
de blog, con la intención de expresar mis reflexiones y puntos de vista en la interpretación
de nuestra realidad natural. Naturaleza de la que somos parte y debemos,
también, responsabilizarnos de su (y nuestra) existencia. Para ello uso como
epicentro el pueblo de mis raíces, situado al este de la provincia de
Valladolid, que es Quintanilla de Abajo —su verdadero nombre para muchos—,
aunque oficialmente siga denominándosele con el nombre que le puso la dictadura
franquista: Quintanilla de Onésimo. En esta localidad podemos disfrutar de la
visión de varios ecosistemas continentales, concentrados en unos pocos
kilómetros cuadrados, dando el aspecto de un auténtico 'punto caliente' de
biodiversidad. Y, como Quintanilla no está aislada ni forma parte de ningún
universo paralelo, desde aquí quiero expandirme al resto de nuestro planeta viviente.
Todas las imágenes (dibujos y fotos) son de mi cosecha, intentaré exponer la gran variedad de seres vivos que comparten con nosotros este mundo. Y si digo cosas desacertadas, es responsabilidad mía (¡¡¡nadie es perfecto!!!).
Te deseo lo mejor en esta nueva andadura informativa que has comenzado en un mundo como es el de la Biodiversidad, que siempre me ha fascinado y apasionado.
ResponderEliminarUn Saludo,
Jesús Sobrino
¡Gracias, Chuchi! Por eso he querido hacerlo, poner mi punto de vista de lo que es Vida, desde mi pueblo como epicentro. Y así que se hable de él.
EliminarExcelente blog :) gracias
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