sábado, 22 de junio de 2019

A modo de presentación

Entre pinos vislumbramos esta 'laurisilva'.
 
Miércoles, 19 de agosto de 2015, son las siete de la mañana, llevo toda la noche sin pegar ojo, después de tres décadas volvería a pisar el monte de mi pueblo, la tierra de mis ancestros, en Quintanilla de Abajo (o de Onésimo, según otros). He quedado para ello con quien ahora es mi concuñado, que lleva tiempo pateándoselo y adquiriendo información de la gran variedad de seres vivos que cohabitan con nosotros por estos lares.

Con mi concuñado —que me sirvió también de guía— emprendemos la marcha, de más de veinte kilómetros, la cual acabamos a eso de las dos de la tarde. Nos dirigimos en dirección a lo que llamamos 'la Yesera Nueva', para luego ascender y adentrarnos en el interior del monte, un espigón del páramo calcáreo de La Churrería o del Sudeste en nuestra provincia vallisoletana.

Este paraje después de haber sido explotado durante siglos por la actividad humana (primero, como monte comunal compartido; después, tras la decimonónica desamortización de Madoz, de manera privada, y para volver, en parte, a ser estatalizado, o sea, público) está recuperándose. La encina está volviendo a ganar lo que es suyo. Además del regreso de varios animales, como entre las rapaces, recientemente, se han visto al buitre negro, de paso, y al águila imperial que ya anida, igual que la culebrera. También algunos invertebrados autóctonos, como endemismos vegetales y varios hongos. Este paraje forma parte de la Red Natura 2000 (con el nombre del LIC 'El Carrascal'), y puede verse afectada por la formación de otra gran cantera.

No es un dragón de Komodo, pero lo aparentaba.
 
Pero, primero desde abajo, pasamos por lo que se conoce por aquí como el 'Pinar de Abajo'. Un pinar del que se tiene referencias desde hace siglos, crece en una zona arenosa, consecuencia de las dunas eólicas del Cuaternario que afectaron por el fondo del valle de nuestro río Duero. Por un momento, nos adentramos en un pequeño espacio con mucha humedad, que da la sensación de parecerse a una laurisilva. Retomamos el camino para la yesera al rato. Muchos pinos nos acompañan, los albares, que es como se llama por aquí al pino piñonero.

Vislumbramos el blanco de la yesera, y, de repente bajo una piedra, vemos a un pequeño «dragón de Komodo»... ¡No! Un jovencito lagarto ocelado que ya pretende imponerse. Ascendemos, nos acercamos y vemos las laderas que nos rodean llenas, en este caso, de pinos carrascos de repoblación, y algún que otro albar y negral (el pino resinero) más. En la entrada de la ya inexplotada yesera, vemos la agalla formada por una avispa en un rosal silvestre o escaramujo. Y, en frente, nos encontramos con la pared de la Yesera Nueva (ya que hay otra cercana que fue utilizada antes). Al primer vistazo de la yesera impresiona, en esta zona se sabe de la presencia del halcón peregrino, el búho real y la chova piquirroja. También tiene su peculiar flora de terrenos yesíferos.

Subimos por las cuestas del páramo.
Las paredes de las yeseras son hogar de aves rupícolas.
 
Subimos por la yesera hasta la cima, al borde del páramo. Tenemos una vista de la zona, hacia el oeste. Y hacia el este, por la ladera de al fondo discurre la 'carretera del Henar'. Tenemos una hermosa vista de Quintanilla y Olivares desde el páramo (dos pueblos unidos por aquello que les separa: nuestro río Duero). Una encina solitaria y el monte.

Encina solitaria que espera a las nuevas generaciones.
Quintanilla y Olivares dos pueblos unidos
por aquello que les separa: el río Duero.
 
Bordeamos el páramo, y nos aproximamos a una antigua vía pecuaria, la Colada del Roble (hace referencia al antaño abundante roble carrasqueño o quejigo), camino por el que en el pasado subían los rebaños para pasar el periodo hibernal y hacer más llevaderas las heladas castellanas bajo el manto protector de los árboles. Bosque y ganadería no estaban entonces reñidos. Y tenemos otra vista de Quintanilla y Olivares como si estuviesen fusionados. Un viejo señor enebro que se mantiene como puede, parece que nos saluda. Y cerca vemos una señora sabina. Y las reinas del monte: las encinas, mejor dicho, carrascas, ya que no son todavía muy altas. Fotografiamos algunos insectos, y sobre nuestras cabezas sobrevuela un aguililla calzada, aviso a mi compañero y me dice que está con una mariposa, y me suelta una frase que se me ha quedado grabada a fuego en la memoria: ¡TODO SER VIVO IMPORTA!

Las sabinas nos acompañan.
 
Después de pasar junto a las canteras, nos metemos monte adentro. Encinas y más encinas. Podemos ver al detalle la roca calcárea que cubre el páramo como una corteza. Unos pinos piñoneros en el páramo, plantados hace un siglo, como mucho, aunque la presencia de bancos de arena de origen eólico, más al sur, no escatima la posibilidad de que ya estuviesen antes. Cruzamos la carretera que nos lleva a Cogeces. Nos adentramos más en el monte, entre pinos y encinas. Llevaba desde la infancia sin estar por aquí, cuando venía con mis padres y hermano —¡que en paz descansen!— los sábados por la tarde. Seguimos andando, el terreno se las traía, pero es mejor que andar sobre asfalto, mis pies no se cansan tanto. Y seguimos viendo más encinas que reconquistan lo suyo.

Piedra caliza que corona nuestro páramo.
Encinas de cepa que dan el nombre al monte.
Y no compiten por la luz y el agua, crecen juntas.
 
Un enebro, más monte, mi acompañante por delante de mí, y más monte. Este bosque mixto se va haciendo más espeso (y sano). Entre carrascas y encinas muestro mis respetos a la Madre Tierra, ¿mejor lugar sagrado que éste? Ninguno. Líquenes cubriendo troncos y ramas de encinas, se ve que por aquí el ser humano pasa poco. Paramos para almorzar.

Proseguimos. Encinas y más encinas, es uno de los montes más salvajes de toda la provincia de Valladolid. Las encinas conquistan el páramo, y roca caliza se suele ver por todas partes. Llegamos al camino que nos separa del terreno cultivado que pertenece a un particular con cierta influencia económica local. Continuamos ahora en dirección norte. Un sotobosque lleno de pequeñas encinas que crecen juntas, y no solas (muy al contrario del dogma neodarwinista que nos dice que compiten por el agua y la luz, ¡la lucha por la existencia!). Encinas, pinos y algunas sabinas nos abrazan por el camino. Más arboleda, más monte, sobre nuestras cabezas volaban milanos reales. Una encina resistiendo entre pinos y entre más encinas y pinos llegamos a la Casa de los Tatis, que pertenece a la Junta, donde se ha hecho alguna excursión educativa para menores. Mi acompañante me lleva a ver una charca artificial para que beban los animales del bosque. Con calma y tiempo, sabiendo esperar podemos verles y fotografiarlos.

Una auténtica 'selva' en pleno Valladolid.
 
Rocas entre el bosque y la casa deshabitada de los guardeses. Regresamos. ¡Cómo no!, monte a través. Aquí vemos el sotobosque bajo los pinos. Un bosque tiene varios niveles: el superior o arbóreo, el mediano o arbustivo y el inferior o herbáceo, sin olvidar el mismo suelo, que también está vivo. Y he aquí que vemos una escabechina, lo que se dice «limpiar el monte», una imagen tristísima. Una corza nos vigilaba entre la espesura. ¿Cómo nos observaba la señora corzo? Porque tendría su pequeño cerca.
 
Una corza nos vigilaba.
Y un buitre nos sobrevolaba.
 
Ya vamos a coger el camino de Basilón (otra antigua vía pecuaria o cañada). En estos momentos, y muy alto, nos sobrevolaba un buitre leonado. Una sabina con cuatro troncos en la zona de la Casa Corral. Otra sabina, 'sabinota'. Bajamos el camino de Basilón, que estaba repleto de escribanos. Tenemos otra vista de la zona del camino Basilón y un vistazo final a nuestro saliente del páramo, el llamado Pico Cuadro, avistado desde la charca que queda del antiguo arroyo Basilón, que da el nombre al camino. Por la tarde nos fuimos a pasear a la ribera del río Duero… ¡esto ya es otra historia!

El Pico Cuadro.
 
Con este texto quiero presentaros mi nueva andadura en la Red de Redes, en formato de blog, con la intención de expresar mis reflexiones y puntos de vista en la interpretación de nuestra realidad natural. Naturaleza de la que somos parte y debemos, también, responsabilizarnos de su (y nuestra) existencia. Para ello uso como epicentro el pueblo de mis raíces, situado al este de la provincia de Valladolid, que es Quintanilla de Abajo —su verdadero nombre para muchos—, aunque oficialmente siga denominándosele con el nombre que le puso la dictadura franquista: Quintanilla de Onésimo. En esta localidad podemos disfrutar de la visión de varios ecosistemas continentales, concentrados en unos pocos kilómetros cuadrados, dando el aspecto de un auténtico 'punto caliente' de biodiversidad. Y, como Quintanilla no está aislada ni forma parte de ningún universo paralelo, desde aquí quiero expandirme al resto de nuestro planeta viviente.

Todas las imágenes (dibujos y fotos) son de mi cosecha, intentaré exponer la gran variedad de seres vivos que comparten con nosotros este mundo. Y si digo cosas desacertadas, es responsabilidad mía (¡¡¡nadie es perfecto!!!).