jueves, 15 de agosto de 2019

Desde el Pico Cuadro…

El Pico Cuadro, saliente al borde del páramo
calcáreo que 'enseñorea' Quintanilla.

El Pico Cuadro es para la gente de Quintanilla (de Abajo o de Onésimo… ¡a elegir!) uno de sus lugares más emblemáticos, un punto de referencia que desde la infancia es una de las metas de nuestras primeras excursiones. Ahí se han hecho también varias «merendillas», algunas carreras populares y ahora tiene su propia senda turística. Aunque se le llame «pico», no es la cumbre o cima de una montaña (por estos lares a las elevaciones se les denomina «cabezos»), es, más bien, uno de los salientes que tenemos al borde de este espigón que forma parte de las parameras de la Churrería. Desde allí vemos un paisaje todo lo contrario a la idea convencional de una meseta castellana plana, ante nuestros ojos tenemos el valle surcado por nuestro Duero —el 'padre Duero' como lo definió Unamuno— desde tiempos de la Edad del Hielo, y con dos niveles de altura bien visibles: Un horizonte superior compuesto por la superficie de los páramos calcáreos y otro inferior que son las vegas, campiñas y fondos de valle, entre ambos y como nexo —poco más de cien metros— tenemos estos planos inclinados que conforman las laderas o «cuestas».

El valle del Duero visto desde allí.

Desde el Pico Cuadro vemos un horizonte dual escalonado que define el centro de esta llanura castellana, que no es tan llana como parece. Una llanura bordeada de montañas. Una llanura elevada respecto al mar, que forma una altiplanicie y que a finales del siglo XVIII tuviese que ser el gran naturalista prusiano Alexander von Humboldt el primero en darse cuenta y difundirlo (una mente genial —a caballo entre la Ilustración y el Romanticismo— que vislumbró a todos los seres vivos interrelacionados entre sí y con su medio en una enorme 'Red de la Vida': fue el progenitor de la ecología como estudio por su visión holística de la Naturaleza viviente). Altiplanicie que llamamos meseta, pero que de «mesa pequeña» no tiene nada, tiene también su larga historia.


Para ello nos retrotraeremos a los tiempos de Pangea, cuando todas las tierras emergentes del planeta estaban unidas conformando un gran supercontinente (el último que sabemos) en los periodos finales de la «Era de los Trilobites»: el Paleozoico. Estas tierras formaban parte de una gigantesca cordillera montañosa, que dejaba en ridículo al actual Himalaya o los Andes, la gran Cadena Varisca de hace unos 300 millones de años. Montañas que conformaron el zócalo sobre el que se formó nuestra península ibérica.

Durante el reinado de los dinosaurios, el Mesozoico (250-65 m.a.), la «Era de los Reptiles», estas montañas que componían el Macizo Hespérico o Ibérico (y que ocuparían la mitad occidental de la península) se fueron desgastando y sus sedimentos se acumulaban hacia el este, rellenando parte del prehistórico Mar de Tetis. También este gran supercontinente de Pangea se fue fragmentando en otros dos: Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur, para seguir haciéndolo posteriormente en los seis actuales. En el Periodo final de esta Era, el Cretácico, la península sería una inmensa isla tropical que conformaba el archipiélago que luego fuese Europa, no muy alejado entonces de Norteamérica.

Tras la desaparición de los «saurios terribles» (¡no del todo!, ya que las aves también son unos pequeños dinosaurios emplumados), entramos en el Cenozoico, la «Era de los Mamíferos». La placa continental africana se desplazaba hacia el norte y chocaba con la europea, entre ellas estaba la microplaca ibérica, la cual se comprimía formando las cadenas montañosas que tenemos. El mar se alejaba y se elevaban la Cordillera Cantábrica y Pirineos al norte, el Sistema Ibérico al este, y en medio del zócalo peninsular ascendía el Sistema Central, lo cual formaba una inmensa cubeta que obligaba a los ríos de lo que será nuestra cuenca del Duero a desembocar en el fondo, sin salida al mar. Con las aguas se arrastraban también sedimentos de las montañas circundantes según se elevaban, sedimentos que se acumulaban en el interior durante millones de años. Llegando a acumularse más de mil metros en algunos puntos, en el centro de la cuenca oscilaban entre los 500 a 800 metros los amontonados, o llegando a los 2.500 en los depocentros más profundos como el de la depresión de Almazán.


A lo largo del Paleógeno y el Neógeno (ambos Periodos que antaño se designaban como Terciario) se habla de tres ciclos de sedimentación dependiendo de los diversos movimientos de la Orogenia Alpina, en los cuales se alternaban diferentes tipos de sedimentación, según la fuerza de las aguas. Una sedimentación aluvial (cerca de las montañas) que arrastraba cantos y rocas, seguida de otra fluvial cuya prueba es el transporte de arenas, limos y arcillas por los ríos; y más someras tenemos la lacustre y la palustre, formándose lagunas y pantanos. Y así otra vez.


Desde el Pico Cuadro podemos hacernos la idea de lo que se acumuló durante el tercer ciclo en el Neógeno, desde el Mioceno Medio. Pongamos que hace unos 15 millones de años, como demuestra la presencia de arcillas en el fondo del valle, una serie de ríos trenzados y meandriformes inundaban la zona, algo parecido al actual delta del Okavango en África. Ríos que provenían desde la Sierra de la Demanda que confluían con los que venían desde tierras zamoranas. En cuyas aguas habrían peces parecidos a los actuales y enormes tortugas, cuyas aguas beberían rinocerontes y mastodontes.


Aproximádamente, hace unos 10 millones de años la zona estaría compuesta de un sistema lacustre, en cuyas épocas secas se evaporarían las lagunas y se formarían salinas, como indica la presencia de los yesos.

Cristales de yeso abundantes en las cuestas.


Las rocas calizas de los páramos nos hablan de la existencia de una gran expansión de aguas someras con periodos de desecación. Un enorme pantano central con aguas carbonatadas y la presencia de algas carofitas y gasterópodos fósiles que crearon estos terrenos calizos, cuyo momento final debió ser hace unos 5 millones de años, en cuyas orillas de este sistema palustre debieron acercarse a beber unos pequeños caballos de tres dedos llamados hipariones. Se cree que hubo dos o más periodos de carbonatación intercalados con sedimentaciones fluviales, debido a los diferentes niveles del páramo calcáreo.

Cantil de roca caliza de los páramos.
Fósiles de caracoles entre la caliza.


Ya en el Cuaternario, cuando la acumulación de aguas con sedimentos llegó a su tope, la cuenca endorreica desbordó por su borde más bajo, en la zona de los actuales Arribes del Duero, y los ríos tuvieron salida al océano por el oeste, ya que debido al equilibrio isostático la Península basculó en esa dirección anteriormente. Ríos que erosionaron los sedimentos acumulados y conformaron la actual cuenca hidrográfica. El Duero fue desgastando y excavando este valle que conocemos por la mitad oriental meseteña. Unos 150 metros de altura tenemos a la vista, surcados por el río durante dos millones de años. Perfilando los páramos y creándose las cuestas, además de acumularse otros sedimentos en las terrazas fluviales. Y en el periodo final de la última glaciación interviene también otro actor, el viento, el cual forma las dunas y mantos eólicos sobre los que se desarrollan nuestros pinares.

Sección de una terraza fluvial.

Por lo que se ve, desde el Pico Cuadro podemos leer una pequeña página del libro de la Historia Natural de nuestra Tierra.

sábado, 22 de junio de 2019

A modo de presentación

Entre pinos vislumbramos esta 'laurisilva'.
 
Miércoles, 19 de agosto de 2015, son las siete de la mañana, llevo toda la noche sin pegar ojo, después de tres décadas volvería a pisar el monte de mi pueblo, la tierra de mis ancestros, en Quintanilla de Abajo (o de Onésimo, según otros). He quedado para ello con quien ahora es mi concuñado, que lleva tiempo pateándoselo y adquiriendo información de la gran variedad de seres vivos que cohabitan con nosotros por estos lares.

Con mi concuñado —que me sirvió también de guía— emprendemos la marcha, de más de veinte kilómetros, la cual acabamos a eso de las dos de la tarde. Nos dirigimos en dirección a lo que llamamos 'la Yesera Nueva', para luego ascender y adentrarnos en el interior del monte, un espigón del páramo calcáreo de La Churrería o del Sudeste en nuestra provincia vallisoletana.

Este paraje después de haber sido explotado durante siglos por la actividad humana (primero, como monte comunal compartido; después, tras la decimonónica desamortización de Madoz, de manera privada, y para volver, en parte, a ser estatalizado, o sea, público) está recuperándose. La encina está volviendo a ganar lo que es suyo. Además del regreso de varios animales, como entre las rapaces, recientemente, se han visto al buitre negro, de paso, y al águila imperial que ya anida, igual que la culebrera. También algunos invertebrados autóctonos, como endemismos vegetales y varios hongos. Este paraje forma parte de la Red Natura 2000 (con el nombre del LIC 'El Carrascal'), y puede verse afectada por la formación de otra gran cantera.

No es un dragón de Komodo, pero lo aparentaba.
 
Pero, primero desde abajo, pasamos por lo que se conoce por aquí como el 'Pinar de Abajo'. Un pinar del que se tiene referencias desde hace siglos, crece en una zona arenosa, consecuencia de las dunas eólicas del Cuaternario que afectaron por el fondo del valle de nuestro río Duero. Por un momento, nos adentramos en un pequeño espacio con mucha humedad, que da la sensación de parecerse a una laurisilva. Retomamos el camino para la yesera al rato. Muchos pinos nos acompañan, los albares, que es como se llama por aquí al pino piñonero.

Vislumbramos el blanco de la yesera, y, de repente bajo una piedra, vemos a un pequeño «dragón de Komodo»... ¡No! Un jovencito lagarto ocelado que ya pretende imponerse. Ascendemos, nos acercamos y vemos las laderas que nos rodean llenas, en este caso, de pinos carrascos de repoblación, y algún que otro albar y negral (el pino resinero) más. En la entrada de la ya inexplotada yesera, vemos la agalla formada por una avispa en un rosal silvestre o escaramujo. Y, en frente, nos encontramos con la pared de la Yesera Nueva (ya que hay otra cercana que fue utilizada antes). Al primer vistazo de la yesera impresiona, en esta zona se sabe de la presencia del halcón peregrino, el búho real y la chova piquirroja. También tiene su peculiar flora de terrenos yesíferos.

Subimos por las cuestas del páramo.
Las paredes de las yeseras son hogar de aves rupícolas.
 
Subimos por la yesera hasta la cima, al borde del páramo. Tenemos una vista de la zona, hacia el oeste. Y hacia el este, por la ladera de al fondo discurre la 'carretera del Henar'. Tenemos una hermosa vista de Quintanilla y Olivares desde el páramo (dos pueblos unidos por aquello que les separa: nuestro río Duero). Una encina solitaria y el monte.

Encina solitaria que espera a las nuevas generaciones.
Quintanilla y Olivares dos pueblos unidos
por aquello que les separa: el río Duero.
 
Bordeamos el páramo, y nos aproximamos a una antigua vía pecuaria, la Colada del Roble (hace referencia al antaño abundante roble carrasqueño o quejigo), camino por el que en el pasado subían los rebaños para pasar el periodo hibernal y hacer más llevaderas las heladas castellanas bajo el manto protector de los árboles. Bosque y ganadería no estaban entonces reñidos. Y tenemos otra vista de Quintanilla y Olivares como si estuviesen fusionados. Un viejo señor enebro que se mantiene como puede, parece que nos saluda. Y cerca vemos una señora sabina. Y las reinas del monte: las encinas, mejor dicho, carrascas, ya que no son todavía muy altas. Fotografiamos algunos insectos, y sobre nuestras cabezas sobrevuela un aguililla calzada, aviso a mi compañero y me dice que está con una mariposa, y me suelta una frase que se me ha quedado grabada a fuego en la memoria: ¡TODO SER VIVO IMPORTA!

Las sabinas nos acompañan.
 
Después de pasar junto a las canteras, nos metemos monte adentro. Encinas y más encinas. Podemos ver al detalle la roca calcárea que cubre el páramo como una corteza. Unos pinos piñoneros en el páramo, plantados hace un siglo, como mucho, aunque la presencia de bancos de arena de origen eólico, más al sur, no escatima la posibilidad de que ya estuviesen antes. Cruzamos la carretera que nos lleva a Cogeces. Nos adentramos más en el monte, entre pinos y encinas. Llevaba desde la infancia sin estar por aquí, cuando venía con mis padres y hermano —¡que en paz descansen!— los sábados por la tarde. Seguimos andando, el terreno se las traía, pero es mejor que andar sobre asfalto, mis pies no se cansan tanto. Y seguimos viendo más encinas que reconquistan lo suyo.

Piedra caliza que corona nuestro páramo.
Encinas de cepa que dan el nombre al monte.
Y no compiten por la luz y el agua, crecen juntas.
 
Un enebro, más monte, mi acompañante por delante de mí, y más monte. Este bosque mixto se va haciendo más espeso (y sano). Entre carrascas y encinas muestro mis respetos a la Madre Tierra, ¿mejor lugar sagrado que éste? Ninguno. Líquenes cubriendo troncos y ramas de encinas, se ve que por aquí el ser humano pasa poco. Paramos para almorzar.

Proseguimos. Encinas y más encinas, es uno de los montes más salvajes de toda la provincia de Valladolid. Las encinas conquistan el páramo, y roca caliza se suele ver por todas partes. Llegamos al camino que nos separa del terreno cultivado que pertenece a un particular con cierta influencia económica local. Continuamos ahora en dirección norte. Un sotobosque lleno de pequeñas encinas que crecen juntas, y no solas (muy al contrario del dogma neodarwinista que nos dice que compiten por el agua y la luz, ¡la lucha por la existencia!). Encinas, pinos y algunas sabinas nos abrazan por el camino. Más arboleda, más monte, sobre nuestras cabezas volaban milanos reales. Una encina resistiendo entre pinos y entre más encinas y pinos llegamos a la Casa de los Tatis, que pertenece a la Junta, donde se ha hecho alguna excursión educativa para menores. Mi acompañante me lleva a ver una charca artificial para que beban los animales del bosque. Con calma y tiempo, sabiendo esperar podemos verles y fotografiarlos.

Una auténtica 'selva' en pleno Valladolid.
 
Rocas entre el bosque y la casa deshabitada de los guardeses. Regresamos. ¡Cómo no!, monte a través. Aquí vemos el sotobosque bajo los pinos. Un bosque tiene varios niveles: el superior o arbóreo, el mediano o arbustivo y el inferior o herbáceo, sin olvidar el mismo suelo, que también está vivo. Y he aquí que vemos una escabechina, lo que se dice «limpiar el monte», una imagen tristísima. Una corza nos vigilaba entre la espesura. ¿Cómo nos observaba la señora corzo? Porque tendría su pequeño cerca.
 
Una corza nos vigilaba.
Y un buitre nos sobrevolaba.
 
Ya vamos a coger el camino de Basilón (otra antigua vía pecuaria o cañada). En estos momentos, y muy alto, nos sobrevolaba un buitre leonado. Una sabina con cuatro troncos en la zona de la Casa Corral. Otra sabina, 'sabinota'. Bajamos el camino de Basilón, que estaba repleto de escribanos. Tenemos otra vista de la zona del camino Basilón y un vistazo final a nuestro saliente del páramo, el llamado Pico Cuadro, avistado desde la charca que queda del antiguo arroyo Basilón, que da el nombre al camino. Por la tarde nos fuimos a pasear a la ribera del río Duero… ¡esto ya es otra historia!

El Pico Cuadro.
 
Con este texto quiero presentaros mi nueva andadura en la Red de Redes, en formato de blog, con la intención de expresar mis reflexiones y puntos de vista en la interpretación de nuestra realidad natural. Naturaleza de la que somos parte y debemos, también, responsabilizarnos de su (y nuestra) existencia. Para ello uso como epicentro el pueblo de mis raíces, situado al este de la provincia de Valladolid, que es Quintanilla de Abajo —su verdadero nombre para muchos—, aunque oficialmente siga denominándosele con el nombre que le puso la dictadura franquista: Quintanilla de Onésimo. En esta localidad podemos disfrutar de la visión de varios ecosistemas continentales, concentrados en unos pocos kilómetros cuadrados, dando el aspecto de un auténtico 'punto caliente' de biodiversidad. Y, como Quintanilla no está aislada ni forma parte de ningún universo paralelo, desde aquí quiero expandirme al resto de nuestro planeta viviente.

Todas las imágenes (dibujos y fotos) son de mi cosecha, intentaré exponer la gran variedad de seres vivos que comparten con nosotros este mundo. Y si digo cosas desacertadas, es responsabilidad mía (¡¡¡nadie es perfecto!!!).