El Pico Cuadro, saliente al borde del páramo calcáreo que 'enseñorea' Quintanilla. |
El Pico Cuadro es para la gente de Quintanilla (de Abajo o de Onésimo… ¡a elegir!) uno de sus lugares más emblemáticos, un punto de referencia que desde la infancia es una de las metas de nuestras primeras excursiones. Ahí se han hecho también varias «merendillas», algunas carreras populares y ahora tiene su propia senda turística. Aunque se le llame «pico», no es la cumbre o cima de una montaña (por estos lares a las elevaciones se les denomina «cabezos»), es, más bien, uno de los salientes que tenemos al borde de este espigón que forma parte de las parameras de la Churrería. Desde allí vemos un paisaje todo lo contrario a la idea convencional de una meseta castellana plana, ante nuestros ojos tenemos el valle surcado por nuestro Duero —el 'padre Duero' como lo definió Unamuno— desde tiempos de la Edad del Hielo, y con dos niveles de altura bien visibles: Un horizonte superior compuesto por la superficie de los páramos calcáreos y otro inferior que son las vegas, campiñas y fondos de valle, entre ambos y como nexo —poco más de cien metros— tenemos estos planos inclinados que conforman las laderas o «cuestas».
El valle del Duero visto desde allí. |
Desde el Pico Cuadro vemos un horizonte dual escalonado que define el centro de esta llanura castellana, que no es tan llana como parece. Una llanura bordeada de montañas. Una llanura elevada respecto al mar, que forma una altiplanicie y que a finales del siglo XVIII tuviese que ser el gran naturalista prusiano Alexander von Humboldt el primero en darse cuenta y difundirlo (una mente genial —a caballo entre la Ilustración y el Romanticismo— que vislumbró a todos los seres vivos interrelacionados entre sí y con su medio en una enorme 'Red de la Vida': fue el progenitor de la ecología como estudio por su visión holística de la Naturaleza viviente). Altiplanicie que llamamos meseta, pero que de «mesa pequeña» no tiene nada, tiene también su larga historia.
Para ello nos retrotraeremos a los tiempos de Pangea, cuando todas las tierras emergentes del planeta estaban unidas conformando un gran supercontinente (el último que sabemos) en los periodos finales de la «Era de los Trilobites»: el Paleozoico. Estas tierras formaban parte de una gigantesca cordillera montañosa, que dejaba en ridículo al actual Himalaya o los Andes, la gran Cadena Varisca de hace unos 300 millones de años. Montañas que conformaron el zócalo sobre el que se formó nuestra península ibérica.
Durante el reinado de los dinosaurios, el Mesozoico (250-65 m.a.), la «Era de los Reptiles», estas montañas que componían el Macizo Hespérico o Ibérico (y que ocuparían la mitad occidental de la península) se fueron desgastando y sus sedimentos se acumulaban hacia el este, rellenando parte del prehistórico Mar de Tetis. También este gran supercontinente de Pangea se fue fragmentando en otros dos: Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur, para seguir haciéndolo posteriormente en los seis actuales. En el Periodo final de esta Era, el Cretácico, la península sería una inmensa isla tropical que conformaba el archipiélago que luego fuese Europa, no muy alejado entonces de Norteamérica.
Tras la desaparición de los «saurios terribles» (¡no del todo!, ya que las aves también son unos pequeños dinosaurios emplumados), entramos en el Cenozoico, la «Era de los Mamíferos». La placa continental africana se desplazaba hacia el norte y chocaba con la europea, entre ellas estaba la microplaca ibérica, la cual se comprimía formando las cadenas montañosas que tenemos. El mar se alejaba y se elevaban la Cordillera Cantábrica y Pirineos al norte, el Sistema Ibérico al este, y en medio del zócalo peninsular ascendía el Sistema Central, lo cual formaba una inmensa cubeta que obligaba a los ríos de lo que será nuestra cuenca del Duero a desembocar en el fondo, sin salida al mar. Con las aguas se arrastraban también sedimentos de las montañas circundantes según se elevaban, sedimentos que se acumulaban en el interior durante millones de años. Llegando a acumularse más de mil metros en algunos puntos, en el centro de la cuenca oscilaban entre los 500 a 800 metros los amontonados, o llegando a los 2.500 en los depocentros más profundos como el de la depresión de Almazán.
A lo largo del Paleógeno y el Neógeno (ambos Periodos que antaño se designaban como Terciario) se habla de tres ciclos de sedimentación dependiendo de los diversos movimientos de la Orogenia Alpina, en los cuales se alternaban diferentes tipos de sedimentación, según la fuerza de las aguas. Una sedimentación aluvial (cerca de las montañas) que arrastraba cantos y rocas, seguida de otra fluvial cuya prueba es el transporte de arenas, limos y arcillas por los ríos; y más someras tenemos la lacustre y la palustre, formándose lagunas y pantanos. Y así otra vez.
Desde el Pico Cuadro podemos hacernos la idea de lo que se acumuló durante el tercer ciclo en el Neógeno, desde el Mioceno Medio. Pongamos que hace unos 15 millones de años, como demuestra la presencia de arcillas en el fondo del valle, una serie de ríos trenzados y meandriformes inundaban la zona, algo parecido al actual delta del Okavango en África. Ríos que provenían desde la Sierra de la Demanda que confluían con los que venían desde tierras zamoranas. En cuyas aguas habrían peces parecidos a los actuales y enormes tortugas, cuyas aguas beberían rinocerontes y mastodontes.
Cristales de yeso abundantes en las cuestas. |
Las rocas calizas de los páramos nos hablan de la existencia de una gran expansión de aguas someras con periodos de desecación. Un enorme pantano central con aguas carbonatadas y la presencia de algas carofitas y gasterópodos fósiles que crearon estos terrenos calizos, cuyo momento final debió ser hace unos 5 millones de años, en cuyas orillas de este sistema palustre debieron acercarse a beber unos pequeños caballos de tres dedos llamados hipariones. Se cree que hubo dos o más periodos de carbonatación intercalados con sedimentaciones fluviales, debido a los diferentes niveles del páramo calcáreo.
Cantil de roca caliza de los páramos. |
Fósiles de caracoles entre la caliza. |
Ya en el Cuaternario, cuando la acumulación de aguas con sedimentos llegó a su tope, la cuenca endorreica desbordó por su borde más bajo, en la zona de los actuales Arribes del Duero, y los ríos tuvieron salida al océano por el oeste, ya que debido al equilibrio isostático la Península basculó en esa dirección anteriormente. Ríos que erosionaron los sedimentos acumulados y conformaron la actual cuenca hidrográfica. El Duero fue desgastando y excavando este valle que conocemos por la mitad oriental meseteña. Unos 150 metros de altura tenemos a la vista, surcados por el río durante dos millones de años. Perfilando los páramos y creándose las cuestas, además de acumularse otros sedimentos en las terrazas fluviales. Y en el periodo final de la última glaciación interviene también otro actor, el viento, el cual forma las dunas y mantos eólicos sobre los que se desarrollan nuestros pinares.