lunes, 8 de febrero de 2021

La Naturaleza como principio moral

Kropotkin con su esposa
y compañera.

 EN EL CENTENARIO DE KROPOTKIN

Fue una de las figuras teóricas más representativas del anarquismo o comunismo libertario, uno de los autores más leídos por los intelectuales del mundo hispanohablante de principios del siglo pasado, como también del movimiento obrero internacional, pero también ha sido uno de los naturalistas más influyentes y, a su vez, el menos difundido por los expertos y académicos por motivos ideológicos. Estoy hablando del geógrafo ruso —entonces era una materia multidisciplinar y para nada hiperespecializada, como hoy— Piotr Kropotkin, y hoy se cumplen cien años de su muerte.

De origen aristocrático, exploró Siberia como militar y abandonó un puesto académico por considerarlo privilegiado. Renegó de su condición de clase y, tras escaparse de la cárcel por opositor al régimen zarista, se exilió pasando por Suiza, Francia e Inglaterra. Se acercó al internacionalismo obrero y se dedicó a la propaganda revolucionaria. Tras salir de su segundo encarcelamiento, abandonó el activismo y se dedicó más a la divulgación científica y otros menesteres. A finales de su vida regresó a Rusia donde murió. Esto es un brevísimo recorrido de su biografía, hay varias fuentes para conocerla con más detalle, y no es mi intención expandirme.

Como aficionado a la Naturaleza considero también a Kropotkin uno de los naturalistas más relevantes que ha habido, por su visión contraria a la competitiva lucha por la existencia entre los seres vivos que se nos quiere imponer desde muchos medios, y que da pie a una justificación de la desigual distribución de la riqueza y el poder en las sociedades contemporáneas.

Kropotkin refutó a Thomas Huxley y Herbert Spencer que defendían la existencia de una brutal lucha de gladiadores en el mundo natural, en el que los más hábiles y fuertes vencían, sobrevivían y así lograban dejar descendencia. Kropotkin mostraba con varios ejemplos de que la mejor estrategia de supervivencia era la cooperación o apoyo mutuo, que la lucha y la competencia son improductivas. Aunque no negase la existencia de tal competencia la cooperación es mucho más eficiente a largo plazo ante las adversidades del entorno.

 
Grullas volando en grupo, la que queda
rezagada es recogida por el resto.

Rabilargos y estorninos juntos
sin lucha entre ellos.

Por los paseos que suelo hacer por la campiña, el río o el monte quintanilleros veo agrupaciones de pájaros y otros animales de una especie o de diferentes especies, varios pares de ojos y oídos ven y oyen mejor que uno solo, o en los vuelos de larga distancia es mucho mejor hacerlo con compañía que en solitario. Y no nos olvidemos de los hormigueros, primer ejemplo de apoyo mutuo en la naturaleza al que recurriese Kropotkin. Los herbívoros ante los depredadores se unen, así como los cazadores sociales pueden cazar mayores presas que aisladamente. Esto es obvio, y no hay quién lo desmienta.

Kropotkin no solo nos hablaba de animales, también de nosotros los humanos y de nuestra historia, cuya mayor parte es prehistoria. Los pueblos primitivos no pudieron seguir adelante si en su seno no existe también el apoyo mutuo. En yacimientos prehistóricos hay muestras de tal colaboración, como de heridos que eran alimentados y mantenidos por sus congéneres, o de alianzas para la caza y su posterior reparto. En contra de la creencia que fue la civilización la que trajo tal tipo de ayuda social, y por consiguiente el sentido moral, Kropotkin ya nos decía que fue al contrario, que la sociabilidad es anterior a la civilización. Los humanos somos primates sociales. Que la sociabilidad conlleva un comportamiento digamos ético, que de religioso no tiene nada.

«La idea del bien o del mal no tiene para nada que ver con la religión o con una mística conciencia. Es una necesidad natural de las especies naturales. Y cuando fundadores de religiones, filósofos y moralistas nos hablan de entidades divinas o metafísicas, no hacen sino refundir lo que las hormigas y gorriones practican en su pequeña sociedad. ¿Esto es útil para la sociedad? Entonces es bueno. ¿Es perjudicial? Entonces es malo.» (La moral anarquista.)

Para Kropotkin el ser humano forma parte de la naturaleza, no estamos al margen ni por encima, que nuestra historia es una extensión más de ella. Y nuestra ética (o la moralidad) es algo natural:

«La finalidad de la moral no puede ser transcendente, es decir sobrenatural, como presentan algunos idealistas, debe ser real. La satisfacción moral tenemos que encontrarla en la vida y no fuera de ella.» (Ética.) 

Aunque en la Naturaleza no solo hay animales, incluidos nosotros los humanos. Hay otros seres vivos a los cuales, por 'zoocentrismo', se consideran secundarios, pero si nos fijamos bien son imprescindibles y mucho más importantes. Empiezo con las plantas, gracias a ellas respiramos, tenemos el ciclo del agua y alimento, sin ellas no habría animales. Según los tratados de Ecología son los «productores primarios» que sostienen la llamada «pirámide trófica». ¿Pero…? Hay más.

Hace 400 millones de años las algas conquistaron tierra firme y no pudieron hacerlo sin la ayuda de otros seres vivos, los hongos. Las primeras plantas carecían de raíces, y fue gracias a la ayuda de los micelios de los hongos, que absorbían las sales minerales a cambio de los azucares que producían las plantas por fotosíntesis. Esta alianza aún sigue en vigor, son las micorrizas. Sin tal alianza los ecosistemas terrestres que conocemos no existirían. Así como el papel descomponedor de la madera de otros hongos, vital también para los bosques. He aquí otras pruebas más de la importancia de la cooperación.

 

Sin el papel de los hongos
no habría plantas terrestres.

No nos quedemos aquí, los seres vivos más arcaicos son las bacterias, fueron las primeras en aparecer en la Tierra y siguen estando. Las cianobacterias fueron los primeros organismos fotosintetizadores, millones de años antes que las algas y plantas, que, por ende, crearon la atmosfera oxigenada que tenemos. En días de lluvia por el borde de los caminos podemos ver unas masas gelatinosas de color verdoso, son colonias de cianobacterias Nostoc, además de liberar oxígeno fijan el nitrógeno atmosférico en el suelo, para hacerlo fértil. Otras bacterias se unen a plantas como las leguminosas para cumplir tal función. Sin este tipo de cooperación tampoco habría vida tal como la conocemos.
 
Mariposa medioluto libando
flor de escobilla morisca.
  
Las plantas con flor se sirven de los insectos polinizadores para reproducirse, y con sus frutos alimentan a otros animales frugívoros cuyas semillas luego dispersan, ejemplos más de cooperación y coordinación natural.

Los animales, las plantas y los hongos somos seres pluricelulares, tales seres estamos compuestos de millones de células que no compiten entre sí. A este tipo de células con núcleo y orgánulos se las llama eucariotas. Pues bien, el origen de este tipo de célula también es producto de la asociación y la colaboración. La teoría de la simbiogénesis lo define, unas células procariotas (bacterias y arqueas) se juntan para formar este otro tipo celular. La mayoría de los estudiosos reconocen tal teoría. Otro ejemplo de apoyo mutuo.
 
Comunidad liquénica.
¿Y qué decir de los líquenes? Simbiosis de hongos con fotobiontes como algas o cianobacterias. Los líquenes sobreviven en zonas donde apenas pueden vivir otros seres vivos. Los líquenes pueden romper la piedra, cuyos restos intervienen bacterias y otros organismos para crear el mantillo terrestre que llamamos suelo, y vital para el desarrollo de plantas y, por ende, la existencia de animales. Más que lucha y competencia es justo lo contrario lo que hace que haya vida: vida rodeada de vida.

Hoy celebramos su centenario, y muchos naturalistas y aficionados aún desconocen a este personaje histórico (que como todo ser humano, tampoco era perfecto). Y el libro que se publicó con tales artículos debería ser leído por muchos, me refiero a El apoyo mutuo:

«'Evitad la competencia. Siempre es dañina para la especie y vosotros tenéis abundancia de medios para evitarla'. Tal es la tendencia de la naturaleza, no siempre realizable por ella misma, pero siempre inherente a ella. Tal es la consigna que llega hasta nosotros desde los matorrales, bosques, ríos y océanos.»

¡Salud, Vida y Libertad!

 

sábado, 15 de agosto de 2020

Lagartija 'versus' culebra

 

Aprovechando que estamos en periodo estival, hacemos alguna escapadita por nuestro monte del Carrascal. Según caminamos saltan pequeños grillos y saltamontes, que sirven de alimento a muchos animales. Y correteando por el suelo bajo los árboles podemos ver un pequeño reptil pardo cobrizo (color muy llamativo en la zona basal de su cola) que si se le coge con la mano emite algunos chillidos, es la lagartija colilarga (Psammodromus algirus). Con un tamaño cabeza-tronco entre seis y ocho centímetros, a lo que hay que sumar la cola, puede alcanzar los veinte centímetros de longitud total. La presencia de una línea oscura dorsal a lo largo de su columna a nuestra colilarga se la clasifica dentro de la variedad o subespecie oriental. Los machos con cabeza más grande que las hembras y colas más largas, en época de celo presentan tonos anaranjados.

Prefiere encinares y pinares con matorral y sotobosque, que no estén «limpios»; aunque sus poblaciones no sean raras, sensible es a la ausencia de hojarasca y demás cobertura vegetal, así como a la fragmentación del bosque mediterráneo, que la afecta negativamente. Podemos considerarla como otro 'bioindicador' de la salud de nuestros montes. No sufre, en cambio, declive alguno con los incendios forestales, y su consiguiente recuperación natural, mientras haya la suficiente flora herbácea no inferior a los veinte centímetros de altura. Una cobertura vegetal, como ya he comentado, es vital para su supervivencia, por ello la agricultura intensiva moderna y mercantil como el auge de la urbanización e infraestructuras son sus mayores amenazas, sin olvidarnos del fraccionamiento de las masas forestales así como el abuso del desbrozado para evitar la posible propagación del fuego.

De hábitos diurnos, se muestran muy activas durante esta época veraniega y calurosa. Por las mañanas se solean en el suelo, cerca de matorrales, en dirección al sol. Son territoriales, aunque sus dominios vitales se solapan con los de otros ejemplares. Cazan activamente sus presas entre la masa vegetal. Se sirven del oído para capturar a los grillos y los saltamontes mencionados al principio. También consumen arañas, escarabajos, moscas, hormigas y cigarras, así como sus ninfas y larvas. Se distribuye por la práctica totalidad de la península ibérica —excepto la cornisa cántabro-pirenaica—, el sur de Francia y puntos del Magreb. No gustan de la alta montaña. Las hembras suelen rechazar a los machos pequeños para procrearse. Y, tras un mes después de la cópula, ponen entre 4 a 6 huevos enterrados.


La huida a la carrera es su estrategia ante los depredadores, los machos vigorosos prefieren recorrer distancias largas e, incluso, trepar a los árboles, en cambio los juveniles prefieren ocultarse entre la vegetación. Sus depredadores pueden ser serpientes como las culebras bastarda y de escalera, aves rapaces como los cernícalos y azores o mamíferos carnívoros como el zorro y la gineta. También el omnívoro jabalí se las come, y allí donde hay mucha población porcina —como en los cotos de caza mayor— esta lagartija es cada vez más rara. Se sirve de la vista y el oído para detectar a sus enemigos, incluso con el olfato puede presentir la presencia de las serpientes en sus guaridas, para tener activos tales sentidos necesitan estar con una temperatura corporal óptima. Por las noches, que están más frías, son más vulnerables y sus sentidos están atrofiados.

Al atardecer podemos ver pasar arrastrándose por los caminos otra figura alargada, una coronela. Pequeña culebra, no superior a los 70 centímetros de largo, poco amiga de exponerse directamente al sol y de hábitos nocturnos y crepusculares. Diferente a muchos reptiles que se calientan exponiéndose directamente a los rayos del sol, prefiere calentarse con el calor acumulado en el suelo y en las piedras, bajo las que pasa las horas diurnas. 'Tigmotermia' es el nombre especializado con el que se denomina a este tipo de absorción de calor ambiental por contacto; al contrario de la captación directa del sol, la 'heliotermia'.

Con un fondo de color grisáceo (algunos ejemplares son rojizos) salpicada de manchas negras con un diseño al tresbolillo o ajedrezado, una característica franja negra en la cabeza en forma de U y su conducta inofensiva para los humanos, son algunas de las características que identifican a nuestra culebra lisa meridional o coronela (Coronella girondica). La cola de los machos es una quinta parte de la longitud total y menor en las hembras. Se distribuye desde el norte de África hasta el centro de Italia, pasando por la península ibérica (con menor presencia en el norte) y el mediodía francés. Ovípara, con puestas entre 5-10 huevos alargados en verano. Aplasta la cabeza y bufa cuando es molestada pareciéndose a las víboras, pero es inofensiva. Suele ser presa de aves rapaces y otras grandes culebras.

Especie termófila que habita en zonas con cierta cobertura vegetal, de costumbres generalistas y vive donde abunden sus presas. Se refugia debajo de las piedras durante el día. Especie escasa, sus poblaciones no son densas. Está protegida por la Ley. Ausente en zonas de monocultivo. La destrucción de su hábitat para carreteras es uno de sus principales problemas; así como la problemática proliferación del jabalí en los cotos de caza y los incendios forestales.

Como es nocturna para mantenerse activa su temperatura corporal es menor que la de los reptiles de hábitos diurnos. Mientras la lagartija colilarga precisa de una temperatura corporal superior a los 30 ºC para mantener sus sentidos a pleno funcionamiento y así detectar todo a su alrededor, por la noche permanece inactiva, siendo presa fácil para esta serpiente, que se mantiene activa por debajo de estos treinta grados. Las lagartijas al estar activas de día pueden oler a las culebras ocultas, de noche están aletargadas no detectan la proximidad de este depredador. De ahí la especialización en la caza de pequeños saurios de este pequeño ofidio.

jueves, 15 de agosto de 2019

Desde el Pico Cuadro…

El Pico Cuadro, saliente al borde del páramo
calcáreo que 'enseñorea' Quintanilla.

El Pico Cuadro es para la gente de Quintanilla (de Abajo o de Onésimo… ¡a elegir!) uno de sus lugares más emblemáticos, un punto de referencia que desde la infancia es una de las metas de nuestras primeras excursiones. Ahí se han hecho también varias «merendillas», algunas carreras populares y ahora tiene su propia senda turística. Aunque se le llame «pico», no es la cumbre o cima de una montaña (por estos lares a las elevaciones se les denomina «cabezos»), es, más bien, uno de los salientes que tenemos al borde de este espigón que forma parte de las parameras de la Churrería. Desde allí vemos un paisaje todo lo contrario a la idea convencional de una meseta castellana plana, ante nuestros ojos tenemos el valle surcado por nuestro Duero —el 'padre Duero' como lo definió Unamuno— desde tiempos de la Edad del Hielo, y con dos niveles de altura bien visibles: Un horizonte superior compuesto por la superficie de los páramos calcáreos y otro inferior que son las vegas, campiñas y fondos de valle, entre ambos y como nexo —poco más de cien metros— tenemos estos planos inclinados que conforman las laderas o «cuestas».

El valle del Duero visto desde allí.

Desde el Pico Cuadro vemos un horizonte dual escalonado que define el centro de esta llanura castellana, que no es tan llana como parece. Una llanura bordeada de montañas. Una llanura elevada respecto al mar, que forma una altiplanicie y que a finales del siglo XVIII tuviese que ser el gran naturalista prusiano Alexander von Humboldt el primero en darse cuenta y difundirlo (una mente genial —a caballo entre la Ilustración y el Romanticismo— que vislumbró a todos los seres vivos interrelacionados entre sí y con su medio en una enorme 'Red de la Vida': fue el progenitor de la ecología como estudio por su visión holística de la Naturaleza viviente). Altiplanicie que llamamos meseta, pero que de «mesa pequeña» no tiene nada, tiene también su larga historia.


Para ello nos retrotraeremos a los tiempos de Pangea, cuando todas las tierras emergentes del planeta estaban unidas conformando un gran supercontinente (el último que sabemos) en los periodos finales de la «Era de los Trilobites»: el Paleozoico. Estas tierras formaban parte de una gigantesca cordillera montañosa, que dejaba en ridículo al actual Himalaya o los Andes, la gran Cadena Varisca de hace unos 300 millones de años. Montañas que conformaron el zócalo sobre el que se formó nuestra península ibérica.

Durante el reinado de los dinosaurios, el Mesozoico (250-65 m.a.), la «Era de los Reptiles», estas montañas que componían el Macizo Hespérico o Ibérico (y que ocuparían la mitad occidental de la península) se fueron desgastando y sus sedimentos se acumulaban hacia el este, rellenando parte del prehistórico Mar de Tetis. También este gran supercontinente de Pangea se fue fragmentando en otros dos: Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur, para seguir haciéndolo posteriormente en los seis actuales. En el Periodo final de esta Era, el Cretácico, la península sería una inmensa isla tropical que conformaba el archipiélago que luego fuese Europa, no muy alejado entonces de Norteamérica.

Tras la desaparición de los «saurios terribles» (¡no del todo!, ya que las aves también son unos pequeños dinosaurios emplumados), entramos en el Cenozoico, la «Era de los Mamíferos». La placa continental africana se desplazaba hacia el norte y chocaba con la europea, entre ellas estaba la microplaca ibérica, la cual se comprimía formando las cadenas montañosas que tenemos. El mar se alejaba y se elevaban la Cordillera Cantábrica y Pirineos al norte, el Sistema Ibérico al este, y en medio del zócalo peninsular ascendía el Sistema Central, lo cual formaba una inmensa cubeta que obligaba a los ríos de lo que será nuestra cuenca del Duero a desembocar en el fondo, sin salida al mar. Con las aguas se arrastraban también sedimentos de las montañas circundantes según se elevaban, sedimentos que se acumulaban en el interior durante millones de años. Llegando a acumularse más de mil metros en algunos puntos, en el centro de la cuenca oscilaban entre los 500 a 800 metros los amontonados, o llegando a los 2.500 en los depocentros más profundos como el de la depresión de Almazán.


A lo largo del Paleógeno y el Neógeno (ambos Periodos que antaño se designaban como Terciario) se habla de tres ciclos de sedimentación dependiendo de los diversos movimientos de la Orogenia Alpina, en los cuales se alternaban diferentes tipos de sedimentación, según la fuerza de las aguas. Una sedimentación aluvial (cerca de las montañas) que arrastraba cantos y rocas, seguida de otra fluvial cuya prueba es el transporte de arenas, limos y arcillas por los ríos; y más someras tenemos la lacustre y la palustre, formándose lagunas y pantanos. Y así otra vez.


Desde el Pico Cuadro podemos hacernos la idea de lo que se acumuló durante el tercer ciclo en el Neógeno, desde el Mioceno Medio. Pongamos que hace unos 15 millones de años, como demuestra la presencia de arcillas en el fondo del valle, una serie de ríos trenzados y meandriformes inundaban la zona, algo parecido al actual delta del Okavango en África. Ríos que provenían desde la Sierra de la Demanda que confluían con los que venían desde tierras zamoranas. En cuyas aguas habrían peces parecidos a los actuales y enormes tortugas, cuyas aguas beberían rinocerontes y mastodontes.


Aproximádamente, hace unos 10 millones de años la zona estaría compuesta de un sistema lacustre, en cuyas épocas secas se evaporarían las lagunas y se formarían salinas, como indica la presencia de los yesos.

Cristales de yeso abundantes en las cuestas.


Las rocas calizas de los páramos nos hablan de la existencia de una gran expansión de aguas someras con periodos de desecación. Un enorme pantano central con aguas carbonatadas y la presencia de algas carofitas y gasterópodos fósiles que crearon estos terrenos calizos, cuyo momento final debió ser hace unos 5 millones de años, en cuyas orillas de este sistema palustre debieron acercarse a beber unos pequeños caballos de tres dedos llamados hipariones. Se cree que hubo dos o más periodos de carbonatación intercalados con sedimentaciones fluviales, debido a los diferentes niveles del páramo calcáreo.

Cantil de roca caliza de los páramos.
Fósiles de caracoles entre la caliza.


Ya en el Cuaternario, cuando la acumulación de aguas con sedimentos llegó a su tope, la cuenca endorreica desbordó por su borde más bajo, en la zona de los actuales Arribes del Duero, y los ríos tuvieron salida al océano por el oeste, ya que debido al equilibrio isostático la Península basculó en esa dirección anteriormente. Ríos que erosionaron los sedimentos acumulados y conformaron la actual cuenca hidrográfica. El Duero fue desgastando y excavando este valle que conocemos por la mitad oriental meseteña. Unos 150 metros de altura tenemos a la vista, surcados por el río durante dos millones de años. Perfilando los páramos y creándose las cuestas, además de acumularse otros sedimentos en las terrazas fluviales. Y en el periodo final de la última glaciación interviene también otro actor, el viento, el cual forma las dunas y mantos eólicos sobre los que se desarrollan nuestros pinares.

Sección de una terraza fluvial.

Por lo que se ve, desde el Pico Cuadro podemos leer una pequeña página del libro de la Historia Natural de nuestra Tierra.